Charla sobre las neuronas espejo

Porno, empatía y neuronas espejo

A principios de los años 90, mientras realizaban diferentes experimentos con macacos, el doctor Giacomo Rizzolatti y su equipo descubrieron un comportamiento inesperado en su sistema neurológico. Los monos estaban conectados a una serie de electrodos, de manera que los científicos podían comprobar qué región del cerebro se activaba cada vez que realizaban alguna acción. Así, si el macaco cogía un objeto o se movía, los sensores registraban un aumento de actividad en las regiones implicadas en dicho movimiento.




La sorpresa vino cuando Rizzolatti, casi por casualidad, descubrió que el cerebro de uno de los monos se activaba cuando veía a un humano realizar la acción. En concreto, al ver al cuidador coger un plátano, en el cerebro del macaco se activaban las mismas regiones que se habrían encendido de haberlo cogido por sus propios medios.



Durante los siguientes años, y gracias a aquel hallazgo fortuito, el equipo siguió realizando experimentos hasta descubrir la existencia de una serie de neuronas, denominadas neuronas espejo, que se activan al observar el comportamiento ajeno y que tal vez puedan explicar algunos procesos cerebrales como el aprendizaje por imitación e incluso el lenguaje.



El funcionamiento de las neuronas espejo, según esta hipótesis, es una herramienta muy útil para aprender y fácilmente observable durante los primeros días de vida de un bebé, cuando reaccionan instintivamente copiando los gestos de su interlocutor. Cuando se realizó el experimento con crías de macaco, se comprobó que también imitaban los gestos como sacar la lengua o abrir la boca:

Aunque el estudio de las neuronas espejo en humanos resulta dificultoso, y a pesar de que la teoría cuenta con algunos detractores, reputados científicos como Vilayanur Ramachandran han llegado a decir que este descubrimiento “hará tanto por la psicología como el ADN ha hecho por la biología”.



La existencia de este tipo de neuronas en la zona del cerebro conocida como área de Brocca, lleva a algunos psicólogos a pensar que pueden haber sido la clave para el desarrollo del lenguaje. Otras investigaciones las sitúan como la llave de la empatía y nuestra manera de comprender, y hasta prever, cómo se comportan los demás. Los experimentos de Christian Keysers, por ejemplo, han determinado que cuando contemplamos expresiones ajenas de disgusto o alegría, se activan unas regiones muy determinadas de nuestro cerebro, aunque la presencia de neuronas espejo individuales es difícil de probar.


El doctor Harold Mouras, de la Universidad Picardie Jules Verne, fue un poco más allá y se interesó por la manera en que nuestro cerebro reacciona ante los estímulos sexuales y la pornografía. Durante el experimento, realizado en 2008, el doctor Mouras eligió a varios voluntarios y les puso a visionar diferentes vídeos mientras les realizaba una resonancia magnética y monitorizaba su excitación.


Las pruebas demostraron que la excitación vino casi siempre acompañada de una intensa actividad en el Pars opercularis, una región conocida por la abundante presencia de neuronas espejo, la misma que se activó durante otro estudio realizado por científicos alemanes en 2006. Tras aquel experimento se llegó a conclusiones muy parecidas sobre la manera en que nuestro cerebro percibe la pornografía: la visión activa las neuronas espejo y éstas nos inducen a interpretar que estamos protagonizando nosotros el acto sexual, y no simplemente viéndolo al otro lado de una pantalla.

Dado el papel de las neuronas espejo, el resultado de los experimentos podría llevarnos a una divertida y provocadora conclusión: la de que la pornografía resulta ser una manifestación suprema de la empatía humana. Y, si nos ponemos cáusticos, la única forma realmente extendida de comprender al otro y ponerse en su lugar.

Tomado de Libro de Notas

Las bases neurales del amor

Aunque ya estamos acostumbrados a ver como las técnicas de neuroimagen funcional aportan luz sobre las áreas y circuitos implicados en las distintas funciones cerebrales, emociones incluídas, pocos podrían imaginar que el sustrato del amor, en el sentido romántico de la palabra, iba a ser también descifrado por estas técnicas.
El siguiente artículo revela las basas neurales del amor (ver)

Cómo vivir con un cerebro y dos conciencias

El paciente B se abotona la camisa. Mientras su mano derecha coloca los botones en los ojales, descubre horrorizado que su mano izquierda lleva un rato luchando por hacer lo contrario. Desde hace unos minutos, una mano abotona mientras la otra se dedica a deshacer el trabajo. No es una pesadilla, es una alteración conocida como síndrome de la mano ajena, bien documentada por los neurólogos desde hace años.



En la casuística hospitalaria es frecuente encontrar pacientes cuyas manos luchan literalmente “la una contra la otra”. Una mujer capaz de estar diez minutos peleando consigo misma por coger un sobre, un hombre que trata de pagar y cuya mano izquierda vuelve a guardar el dinero cada vez que lo pone en el mostrador, o un paciente que intenta abrir el periódico con la mano derecha mientras la izquierda se lo cierra.



Con estos síntomas, no es extraño que los afectados lleguen a pensar que son víctimas de una extraña posesión demoníaca. Pero existe una explicación física para lo que les sucede, y está en el cerebro.



La causa está en los daños producidos en una zona conocida como cuerpo calloso. Una alteración seria en este haz de fibras que conecta ambos hemisferios cerebrales, produce una falta de comunicación y una especie de división de la conciencia: las dos mitades no se pasan los datos y el paciente llega a actuar funcionalmente como una persona con dos cerebros.



En algunas pruebas realizadas en laboratorio, se tapan los ojos del paciente y se le dan objetos para reconocer con las manos. Aunque el sujeto es capaz de reconocer perfectamente el número cinco con su mano derecha, por ejemplo, cuando se le pide que anote el resultado con la izquierda, se muestra incapaz de apuntar el número correcto.




La mayoría de estos pacientes han sido sometidos a una operación para tratar la epilepsia, consistente en separar los dos hemisferios cerebrales cortando el haz de nervios que los mantiene unidos. Como explica Javier Sampedro en Deconstruyendo a Darwin, esta operación se puso de moda en la primera mitad del siglo XX para los casos graves de la enfermedad. Aunque “los individuos que salían de esta intervención parecían normales a todos los efectos”, un análisis más profundo llevó a descubrir que algo había cambiado en lo referente a su conciencia.




“J.D. Holtzman y M.S. Gazzaniga”, escribe Sampedro, “analizaron en 1985 a varias personas que habían sido sometidas a esa operación. Le mostraron simultáneamente dos problemas visuales que tenían que resolver: un problema a su ojo izquierdo y otro a su ojo derecho. En estas condiciones muy artificiales, cada hemisferio cerebral sólo percibe uno de los problemas. Lo increíble es que los pacientes no tuvieron problema en resolver los dos problemas a la vez. Algo que no podría hacer una persona normal. En una persona con los dos hemisferios conectados por el cuerpo calloso, la consciencia es única y no puede enfrentarse a dos problemas visuales simultáneos. Pero en los pacientes con el cuerpo calloso seccionado, cada hemisferio forma una serie de estados de consciencia independientes”.



En otras palabras, los pacientes son capaces de tener dos conciencias a la vez, “y no estar locos”.

Las neuronas que nos sitúan


¿Cómo sabemos dónde estamos en cada momento? ¿Cómo procesamos la información de nuestros sentidos para situarnos en un contexto determinado? El cerebro humano dispone de neuronas en el circuito de la memoria que son capaces de situar espacialmente al sujeto como en una red de coordenadas, indican experimentos realizados por investigadores de varias instituciones londinenses, liderados por Neil Burgess . Hasta ahora este tipo de neuronas sólo se había identificado en roedores, en los que se disparan periódicamente para que tenga una representación actualizada del lugar en que se encuentran.


No se sabe si existen este tipo de células del sistema nervioso en humanos ni su distribución por el cerebro señalan los investigadores. En su experimento, con la técnica de resonancia magnética funcional buscaron señales similares a las detectadas en ratas mientras los sujetos navegaban por un laberinto virtual recogiendo objetos que luego tenían que dejar en el mismo sitio. Los resultados de las imágenes por resonancia magnética indican que en los humanos también funciona el mismo mecanismo de disparo periódico de algunas neuronas. Éstas están dispersas por las zonas del cerebro humano implicadas en el conocimiento espacial y también en la memoria autobiográfica, explican los investigadores en la revista Nature. "Estos resultados delinean un circuito para la navegación" que es compatible con que algunas áreas del cerebro humano cooperan para soportar el conocimiento espacial "e implican un determinado tipo de representación neuronal subyacente".

El circuito coincide con la red de la memoria y las imágenes autobiográficas, y puede ayudar a comprender la base neuronal de este tipo de memoria, que quizás incluye también la información temporal. De hecho, los científicos no conocen cómo el cerebro capta el paso del tiempo. Una de las teorías es precisamente la que sostiene que existe una red de neuronas especializadas en contar, como un reloj interno.
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